lunes, 2 de mayo de 2016

La primera vez

Caminaba, con paso firme, por esa vereda de baldosas añejas. Las hojas amarillas brillaban un poco mas por el reflejo de ese sol otoñal, que casi no había aparecido en toda la semana. Sin embargo, el resplandor parecía no hacerme efecto. Ni aunque hayan sido llamas devorándome las piernas me hubiera captado la atención. No en ese momento.

Caminaba, con paso firme y mirada perdida, por esa vereda de baldosas agrietadas. Las hojas amarillas crujían debajo de mis alpargatas. Sin embargo ese crujir parecía mudo, como el otoño en aquellos lugares mágicos, desconocidos aun por el hombre. E incluso, como en aquellos lugares mágicos, conocidos por el hombre... el hombre sordo en esencia. Como yo en ese momento, que podrían estar gritando miles de niños por ayuda, y yo no los hubiera escuchado.

Caminaba, con paso firme, mirada perdida, y de manera ridícula, por esa vereda de baldosas desgastadas. La humedad que dejaron las lluvias incesantes de ese extraño Abril formaba capas resbalosas, peligrosas para caminar normalmente, ideales para reírse del uno mismo. Pero los movimientos bruscos no me sacudieron en realidad. Podría haberme caído de nuca y no haberme levantado nunca mas, y no darme cuenta de aquello.

Caminaba, con paso firme, mirada perdida, de manera ridícula y hasta incluso, tiernamente. Porque mi rostro era una pintura de Van Gogh, con expresiones indefinidas y variantes. Parecía estar muerto de miedo, y corajudo a la vez. Seguro e inseguro. Calmado y nervioso. Parecía estar ahí, y a la vez ausente. Pero no estaba ausente. Estaba en ese rinconcito de la mente tan poco frecuentado... ese rinconcito que algunos llaman felicidad, repitiendo una y mil veces lo que en la siguiente cuadra iba a tener que exteriorizar...

Porque nunca es fácil decirle "te amo" a la mujer que amas.

Y menos la primera vez...

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